¿Te ha pasado que cuando platicas con alguien que vive en el extranjero, ahora tiene nuevas costumbres y hasta un nuevo acento? No es falta de identidad. Aquí te decimos porqué sucede.

El migrante y su huella cultural.

La migración siempre deja una huella en la vida de cada sujeto que la experimenta. Y esa huella también se marca en el país que escogemos como destino.

Los inmigrantes latinoamericanos en el extranjero, están en proceso de construcción de una nueva cultura y una nueva identidad.

Las barreras culturales como el idioma, las religiones, la gastronomía y la educación, se empiezan a romper para “fusionar” las arraigadas costumbres que traen los migrantes de su terruño, con las de su nuevo país.

Así se va creando una diversidad de costumbres, que surge de la incorporación de culturas. Muchas veces esta incorporación es involuntaria, pero no cabe duda que el migrante hispano deja su toque al lugar que vaya.

Somos orgullosos de nuestras raíces.

Si hay algo que nos caracteriza como hispanos, es el orgullo que tenemos por nuestras tradiciones. Es muy habitual que, al llegar a un nuevo país, queramos preparar nuestros alimentos típicos, y sobretodo compartirlos. 

A un país como Estados Unidos, que es uno de los mayores destinos que escogen los latinos para migrar, lo podemos señalar como un país de pluralismo cultural, esto quiere decir que acepta como inmigrantes a un gran número de individuos y familias provenientes de otros grupos étnicos y les permite mantener algunas de sus particularidades culturales.

La libertad de escoger nuevas costumbres.

La migración impulsa tanto la adopción como el rechazo de algunos aspectos culturales. Rompe prácticas tradicionales, pero recrea otras. En buena medida, selecciona, reinterpreta y da nuevas funciones a la cultura original y de la cultura ajena que se hace propia. El resultado, es una cultura híbrida. Y no solo la adopta el migrante, sino las personas con quienes convive.

Podemos concluir afirmando, que la cultura de origen y la cultura del nuevo país, se recrean mutuamente, contribuye a reforzar identidades y revalorar culturas tradicionales.

De esa manera, la experiencia migratoria guarda un estrecho vínculo con la identidad, donde los migrantes no son los únicos que cambian o conservan determinados rasgos, sino que éste es un proceso en dos direcciones, donde también se encuentra inmersa la sociedad, la cultura propia y a la de los demás.